Alexandre Pais

Outro grande texto sobre Cristiano Ronaldo no elpais.com

O

La tristeza de ser Cristiano

Un joven que alcanza el estrellato súbitamente a los 20 se arriesga a
alejarse de la realidad

Lo que más necesita la figura es un entorno que inhiba la
egolatría

Cristiano Ronaldo celebra un gol cuando todavía no
era infeliz. / ÁLVARO GARCÍA

Lo sorprendente —lo realmente asombroso— es que no haya más deportistas de
élite que se comporten como unos niños malcriados. Pregúntese, estimado lector,
qué hubiera sido de usted a los 19 o 20 años si, prácticamente de la noche a la
mañana, hubiera pasado de ser un chico anónimo cualquiera a convertirse en un
multimillonario famoso perseguido por los aficionados, los medios y las mujeres.
Lo normal — y el que aquí escribe no se excluye de la hipótesis— sería que se le
subiera a la cabeza, que se transformara en un personaje egocéntrico, creído,
ensimismado y, para la masa de la población, más ridículo que admirable.

A no ser que el joven tenga la suerte de contar con gente a su alrededor
capaz de visualizar el peligro que corre y entender que, al menos durante un
tiempo, es imprescindible someterle a una dieta rigurosa de humildad, hacer todo
lo posible —sin necesariamente eliminar la opción extrema de recurrir a una
bofetada— para que mantenga los pies en la tierra.

Lo asombroso, repetimos, es que la mayoría de estos fenómenos del deporte
mundial parece llevar la celebridad y los millones con bastante entereza.
Especialmente en España. Sería más difícil escribir estas palabras en un
periódico de, por ejemplo, Inglaterra, ya que allá los futbolistas nativos más
conocidos no gozan de una sana reputación. Decir que Wayne Rooney, John Terry,
Ashley Cole o Rio Ferdinand son unos bordes es un tópico de cuya veracidad nadie
duda. En cambio, uno ve a los jugadores de la selección española campeona del
mundo y todos dan la impresión —salvo para aquellos que hacen sus juicios
morales en función de los clubes que siguen— de ser buenas personas, empezando
por los dos flamantes ganadores del premio
Príncipe de Asturias, Iker Casillas y Xavi Hernández.
Lo cual sirve para
demostrar una vez más que la solidaridad familiar es uno de los terrenos de la
vida, junto al fútbol y el turismo, en el que España puede competir con
cualquiera.

Lo triste, por usar el adjetivo de moda esta semana, es cuando el entorno del
deportista no inhibe la egolatría, sino que la alimenta. Y como consecuencia, el
personaje se conoce poco a sí mismo, no es capaz de entender el mundo que le
rodea, ni de interpretar las reacciones que provoca en la gente.


El personaje se conoce poco a sí mismo ni el mundo que le
rodea

Ver a Cristiano
Ronaldo
ahora y el
lío en que se ha metido
me hace pensar en una conversación que tuve en un
bar de Buenos Aires hace unos años con Roberto Perfumo, ex capitán de la
selección argentina de fútbol, sobre Diego Maradona.
Maradona estaba fatal en aquella época. Obeso, al borde de la muerte, preso de
sus adicciones. Julio César tenía un esclavo siempre a mano, me comentó Perfumo,
que le decía: “¡Recuerda que no eres dios! ¡Recuerda que no eres dios!”. El
problema de Maradona, Perfumo explicó, fue que desde una temprana edad y por el
resto de su vida estuvo rodeado de gente que le dijo todo lo contrario.
“¡Recuerda que eres dios! ¡Recuerda que eres dios!”.

Maradona sufrió el agravante de que buena parte de la población argentina se
sumó al coro celestial. Ese destino, al menos, no le ha tocado a Ronaldo. Lo
grave es que el endiosamiento incondicional que recibió Maradona parece ser
precisamente lo que el portugués anhela. Según lo que ha salido en los medios
esta semana desde que se negó a celebrar los dos goles que marcó contra el
Granada el domingo y después explicó a los medios que no lo hizo porque se
sentía “triste”, Ronaldo no se siente lo suficientemente querido por su club, el
Real
Madrid.
Necesita que le adoren más. Necesita que le adoren como le adoran
los que le rodean. Y lo que ha ocurrido, claro, es que es menos adorado hoy que
nunca.

Ha sido mal asesorado; o los que tenían que haberle asesorado no lo hicieron.
Primero, uno no va a hablar con Florentino Pérez, como
trascendió que hizo el día antes del partido contra el Granada, a quejarse de la
tristeza que sufre cuando Pérez acaba de perder a su mujer. Segundo, no se
proclama al mundo lo insatisfecho que uno está con la vida cuando uno gana un
sueldo de diez millones de euros netos al año y la mayoría de los aficionados, y
no aficionados, o viven las duras consecuencias o sufren las incertidumbres de
una dura crisis económica. Ronaldo ha intentado rectificar, declarando dos días
después de su exabrupto que el dinero no es el tema. Pero el daño ya estaba
hecho. Como se ha demostrado de manera abrumadora a través una encuesta esta
semana en el diario As,
el madridismo no ve con buenos ojos las quejas de su mejor jugador. Cuesta creer
que el impacto sea muy positivo sobre la ya complicada relación con algunos de
sus compañeros de vestuario.

Es instructivo hacer una comparación con Rafael
Nadal
, que —como aficionado del Real Madrid— admira la calidad futbolística
de Ronaldo. Nadal es el ejemplo por excelencia del deportista de élite cuya
personalidad no ha sido contaminada por el éxito. Sabe distinguir entre “Rafa”
el mundialmente famoso gladiador de las pistas y “Rafael”, como le llaman los
que le conocen de toda la vida, el individuo que seguiría siendo el mismo, con
sus debilidades y sus virtudes, si se hubiera quedado en su pueblo natal de
Manacor gestionando el negocio de muebles familiar. Como él mismo ha explicado,
tiene muy clara la distinción entre lo que ha hecho y lo que es. Ronaldo declaró
el año pasado, sin la más mínima ironía, que la gente le envidiaba porque era
“rico, guapo y un gran jugador”. El día que Nadal diga una cosa así —que no lo
diría nunca—, le echan de casa.


La pena del rico choca con la dura crisis de aficionados y
no aficionados

La sensatez de Nadal parte del entorno que le rodea. Cuando ganaba
campeonatos en la infancia su familia le recordaba que la mayoría de chicos que
había conquistado esos mismos trofeos anteriormente había pasado al anonimato en
la adultez; cuando, con 14 años, niñas de su edad hacían cola para pedirle un
autógrafo, sus padres y su hermana se mofaban de él; cuando ganó el torneo de
Roland Garros y le dijo a su padre que le apetecía comprarse un coche deportivo
de lujo su padre le respondió: “No te pases”. Con su equipo profesional —su
agente, su jefe de prensa, su preparador físico, su fisioterapeuta— la relación
es la misma. Son amigos que se dicen de todo, que se ríen los unos de los otros.
Alabanzas, las mínimas.

En cuanto al gran rival de Nadal, Roger Federer, tanto el propio Rafa como su
tío Toni, su entrenador, lo tienen muy claro, y no se les atraganta confesarlo.
Federer posee un talento natural sin parangón. El suizo es el mejor de todos los
tiempos, y punto.

Tanto el entrenador como el agente de Ronaldo, en cambio, no pierden la
oportunidad de decirle lo que él quiere oír: que él es el más grande, que él es
mejor. Y, concretamente, que es mejor que su némesis (¿Némessi?), Lionel
Messi.
Es difícil evitar la conclusión de que el actual embrollo en el que
se ha metido Ronaldo lleva años incubándose y que parte de la rabia y el dolor
que le ha causado ver al argentino llevándose los tres últimos balones de oro,
el máximo premio individual que hay en el fútbol.

Ronaldo juega al fútbol como si fuera tenista; como si compitiera en un
deporte individual. Es, como Nadal, una fuerza de la naturaleza. Salvo Messi, no
hay nadie que meta tantos goles. A diferencia de Messi, no tiene el don
asociativo que es un elemento intrínseco del deporte conocido desde sus
comienzos como “Association Football”. Ronaldo ve la portería rival; Messi ve la
portería rival y a sus compañeros desplegados por todo el ancho del campo. Los
seres queridos de Ronaldo parecen compartir esa misma estrechez de visión.


Al revés que Julio César, a Maradona le decían a diario
que era dios

Como ejemplo, un dato revelador de un par de amigos que vieron un partido de
la Liga de Campeones del Real Madrid hace un par de años en un palco del estadio
Bernabéu que compartieron con la familia de Ronaldo. Les llamó poderosamante la
atención la falta de interés de la familia Ronaldo por las jugadas del equipo,
por los goles que marcaron otros de sus compañeros, o incluso por el resultado.
El foco único y exclusivo de su atención era Ronaldo. Al propio Ronaldo —no
siempre, ni mucho menos, pero a veces— se le ha visto caer en este mismo
ensimismamiento en el campo, incapaz de celebrar goles de su equipo que él no ha
marcado.

No es de sorprender, entonces, que Ronaldo se haya mostrado tan
indisimuladamente desesperado este año por triunfar tanto a nivel individual
como a nivel de equipo, de ganar el balón de oro; ni que cuando no ganó la
semana pasada el menos prestigioso premio al mejor jugador de Europa, y lo ganó
Iniesta, fuese incapaz de ocultar su enfado y decepción. Su cara en el
escenario, vista por millones en todo el mundo, fue la de un hombre que se
siente víctima de una colosal injusticia.

Una injusticia, además, en la que parece percibir que su club ha sido
cómplice. Sergio Ramos, jugador del Real Madrid, celebró de manera efusiva en
Twitter el premio de Iniesta, jugador del Barcelona pero compañero suyo en la
selección española. La prensa madridista también lo celebró y, peor todavía, se
ha mostrado partidaria, como algunos jugadores del Madrid, de que este año el
que debería llevarse el balón de oro es Casillas, capitán de la todapoderosa
España. El entrenador del Real Madrid sí insiste en que Ronaldo debería ganarlo
pero, para disgusto de Ronaldo, no todo el club ha remado en la misma dirección.
Lo peor, la traición más grande, llegó del lugar menos esperado. Marcelo, el
lateral brasileño del Real Madrid y uno de los amigos más íntimos de Ronaldo en
el vestuario desde que el portugués llegó a España hace tres años, declaró en
junio, justo antes de un partido de su selección contra Argentina, que Messi era
el mejor del mundo. Como ha trascendido esta semana, Ronaldo ya no considera un
amigo a Marcelo.

El meollo del disgusto que vive Ronaldo es Messi, cosa que todos los
aficionados de los equipos rivales del Real Madrid y Portugal saben y lo
demuestran burlándose de Ronaldo, apuntando a la llaga, con esa crueldad propia
del hincha, cuando corean el nombre del argentino cada vez que Ronaldo recibe el
balón. Messi le corroe las entrañas a Ronaldo. Federer, a Nadal, no. Aquí es
donde se ve la diferencia entre el mallorquín y el portugués. Nadal, al entender
que Federer es mejor tenista que él, está en paz. Cuando le gana, fantástico.
Tuvo un buen día, sacó lo mejor de sí, y se lo mereció. Pero el que pasará a la
historia como el gran talento nato del tenis es Federer.


Nadal es el ejemplo de deportista de élite al que el éxito
no ha contaminado

Ronaldo quizá tenga conciencia en algún remoto rincón de su cerebro, como lo
tiene todo el mundo futbolero salvo los madridistas más cegados, de que Messi es
mejor, más completo, más dotado por la naturaleza para el fútbol de asociación.
Messi es un goleador, pero también puede ejercer de Xavi, de director de
orquesta, papel que seguramente ejercerá en el otoño de su carrera. Ronaldo
nunca podrá cumplir ese papel y por eso nunca será tan grande. Aunque en el
fondo lo intuya, es una verdad que es incapaz de encarar. La niega, y de la
negación, como cualquier psicólogo sabe, parten los complejos. Messi no es la
raíz de la cuestión; Messi es el gran síntoma de su infelicidad.

Quizá aún haya alguna figura de su entorno que se anime a decirle las duras
verdades que necesita, por su bienestar, oír. Quizá busque tratamiento para ese
manifiesto narcisismo que tanto sufrimiento le causa. O quizá, por piedad y por
compasión, los votantes del balón de oro opten por aligerar sus penas, aunque
sea solo por un tiempo, dándole el premio en diciembre que tanto codicia y que
todos los euros del mundo no pueden comprar.

Mientras tanto, la moraleja de la historia es sencilla, y muy poco original.
El dinero no es garantía de felicidad; ser guapo, famoso y gran jugador no sirve
de escudo contra la tristeza.

Por Alexandre Pais
Alexandre Pais

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