Por eficacia o por necesidad, el Madrid se ha convertido en un equipo unidireccional: todos para Cristiano porque Cristiano marca para todos. A medida que se comprime el pulso por la Liga, que la competición aumenta la exigencia sobre los futbolistas, se crece el portugués, capaz de estar en todas partes, de capitalizar el juego hasta convertir al Real Madrid en el Real Cristiano, de señalarse como el mejor y hacer todo lo posible para corresponderse. La combinación entre sus cualidades y el alto concepto que tiene de sí mismo, su autoestima, lo convierten en una bomba. En una conversación reciente, Irureta lo llamaba cariñosamente “vicioso del gol”. Bendito sea el vicio cuando esconde semejante virtud.
Los suyos son goles, además, cualitativos por lo que significan, por lo que aportan. En Almería, ante Osasuna o en Mallorca, Cristiano marcó siempre para devolver la igualdad o deshacer una ventaja en favor de su equipo, porque siempre empezó el Madrid con el marcador en contra, como si necesitara perder para despertar, para llamar al diablo, para ganar. Contra el Olympique fue al revés, marcó y se durmió. Quizás no quiera decir nada o quizás habría que recurrir a tesis freudianas para analizar los dos estados del Madrid, al que le ha faltado continuidad en la tensión, en la autoridad sobre el juego, siempre desde la valoración de lo que ha conseguido en la carrera por una Liga de récord.
El partido de Mallorca, en el que logró el segundo ‘hat trick’ de su carrera, es la obra más completa de Cristiano desde que llegó a Chamartín, con tres tantos que igualaron, desnivelaron y mataron el duelo más comprometido que, a priori, esperaba al Madrid, un partido con tintes de final, como la salida del Barcelona a Villarreal o la que le aguarda en Sevilla. En estos casos, la condición de local o visitante parece ya lo de menos, porque la dimensión de lo que está en juego supera a la atmósfera.
En Palma, hubo más cosas que Cristiano, por supuesto, como la conexión que encontró con Sergio Ramos, autor de los pases de los dos primeros goles, y la versión entera de Casillas. Pero es innegable admitir que sin el rendimiento del portugués, el Madrid se habría bajado ya de la batalla por la Liga. Se preguntó Pellegrini cómo habría respondido el Barcelona a dos meses sin Messi, una declaración que sonó a revanchista aunque comprensible desde la presión que ha soportado desde fuera y desde dentro. Pues habría respondido con un descenso notable en su eficacia, eso seguro, pero también podría preguntarse el chileno de qué forma habría afrontado la Liga con 12 partidos menos esta temporada, que son los que los azulgrana han disputado más que los madridistas. Mirar al adversario para justificarse es un mal asunto.
En lo colectivo, que es su labor, el Madrid está lejos del Barcelona, pero no por su trabajo, únicamente una parte, sino por todo el que no se ha hecho en un largo tiempo y que no va a recuperar un solo entrenador. Sin Cristiano, y con Kaká y Benzema fuera de sus registros, la realidad es que este Madrid no sería demasiado diferente al de Juande Ramos, que también encadenó numerosas victorias.
Cristiano también lo sabe y por eso se quejó amargamente después de una victoria, la lograda ante Osasuna, que es el mejor momento para ser autocrítico. Dijo que habían jugado todos muy mal, en una actitud de halagar, propia de un líder, lejos de las que había tenido otras veces, como tras el codazo a Mtiliga. Habló, de alguna forma, como lo hace un capitán, desde la responsabilidad.
Libre Directo, por Orfeo Suárez, El Mundo Online, Deportes